30.12.13

Andate y no vuelvas.

Si tuviera que hacer un balance de este año de mierda preferiría no hacerlo pero la costumbre me grita que las rutinas son más importantes, que son las únicas que destruyen toda posibilidad de caos en tu vida.
Es sorprendentemente increíble el pensar que empecé el año con el que considere por demasiado tiempo el amor de mi vida, brindando a nuestro amor y a la salud. Irónico que tan solo una semana después haya empezado la decadencia absoluta de mi salud y, como un jenga, del amor también. Comenzó la cuenta regresiva del reloj de Dios, el que maneja tus rodillas, que las flexiona cada vez más hasta que quedas en el suelo, implorando que todo termine, que te mueras y reencarnes en un insecto, donde la muerte es de un pisotón y no una serie de castigos innecesarios.
Visité el hospital 120 veces. Tuve 10 ataques de asma, 15 ataques de alergia, 5 amigdalitis, 3 bronquitis, un ataque de hipotermia, 4 intoxicaciones, un desgarro,una infección en los riñones, 25 bajas de presión, una operación a la cual no asistí e incontables desmayos. Esto no significa que sea frágil, solo da la pauta de que el estrés y las situaciones diarias que tuve que soportar me sobrepasaron, me atravesaron y me dejaron dormida para que pueda despertar en las manos de profesionales que me ayudarían a superar sin lesiones cada una de estas enfermedades. Quedé completamente débil al punto de que me da miedo el hecho de comer o que hay noches que me acuesto llorando pensando que tal vez me ahogue y despierte conectada a un respirador. Este año me dio mucho miedo vivir. Aprendí a sobrevivir, a querer irme para no volver y no tener la suficiente valentía porque había siempre alguien al pie del cañón, listo para sonreirme y no dejarme caer jamás.
Creo que todo el deterioro que me produjo este año es culpa del amor y de la ilusión, de que el hecho de entregar todo por alguien no va a hacer que esa persona se quede a tu lado sin intenciones de lastimarte. Lo que no tuve en cuenta todas esas veces fue que la vida es un círculo vicioso y no importa cuánto te esfuerces, estamos destinados a la eterna soledad (o a la propia compañía) porque estamos programados para que cuando el aburrimiento invada la relación juguemos a destruir al otro para divertirnos un rato y salir de la monotonía del cariño y la estabilidad. De a golpes se aprende.
Entendí quienes son los amigos de verdad y vi como amores eternos se acababan en menos de 24 horas. Sentí lo que es la plena soledad y el aislarse de la compania solamente porque descubrí que la felicidad esta dentro de uno, que se comparte con el mundo pero es totalmente independiente del rumbo de éste. Que los sueños son los que marcan nuestro destino. Que hay que luchar por alimentar la luz que mantiene el fuego de tu alma aunque te cieguen porque sino te morís un poco. Que hay que amar con locura, hasta el fin, hasta que las fuerzas no te den más porque no existe peor perdedor que el que no se dio el lujo de luchar. Que no hay que acabar con la gente que te tira para atrás, hay que mantenerlos a tu lado para demostrarles lo mucho que se equivocaron al sentenciarte.
Que solo el amor te puede salvar pero hay que aprender a dejar ir, porque no existe amor más grande que el propio.
Buen 2014.

16.12.13

Anda a chupar limón.

Al único hombre que cuando se fue me dejó mierda:
TU BARBA MARXISTA Y TU AIRE DE MÚSICO SUPERADO NO TE AGRANDA EL PITO NI TE HACE MENOS HOMOSEXUAL.
(ANDATE A LA RE CONCHA DE TU VIEJA)

12.12.13

Russian roulette.

Era muy temprano en la mañana como para que la estén llamando. Era él, sumido en sus adicciones, echándole en cara todos sus errores, escupiéndole todo el odio que había acumulado por tanto tiempo. No entendía nada de lo que le decía, hablaba el idioma del inconsciente. Le cortó el teléfono y leyó los tantos mensajes que le había mandado: no solo se terminaba todo sino que él había vuelto a su agujero. Se despertó corriendo. Cuando quiso darse cuenta que lo único que llevaba encima eran unas ojotas viejas y su billetera ya era demasiado tarde, había llegado a su puerta, a la puerta del infierno y no dudó en tocar y entrar. Había ido a ayudarlo a ver con claridad y solo recibió un poco más de la medicina diaria, violencia. Se alejó llorando, quería rezarle al Dios de la perdición. Compró su propia adicción y la consumió hasta extraviarse en la mañana. Quería borrar para siempre esa situación, quería hacer perder todo su amor en un mar de alcohol incontrolable. Supo que nunca se iba a despegar de esa botella que tanta calma le daba al dejar que su llanto, su odio, sus pensamientos y sus acciones dejaran de ser automáticos para que fluyan como una suave terciopelo por su alma. No se daba cuenta que estaba totalmente ebria un martes a las nueve de la mañana, que tenía que asistir a la facultad, que tenía una vida estable formada y la estaba desperdiciando por un adicto.
Se iba para nunca volver. Quería jugar en ese bosque a esconderse del lobo. Jugar con su mente, con sus recuerdos, con la explosión de sus incontrolables sentimientos.
Se hizo dependiente a ese maldito juego de la destrucción que pasó a ser parte de su rutina diaria: lo desayunaba, lo almorzaba y lo cenaba.
Era su nueva sangre.

1.12.13

Marca

Estaba entre los brazos de quien la amaba con locura. Quería hacerlo suyo. Quería meterse en su alma. Quería hacer eterno ese momento. No pudo. Se paró y corrió. Se quería ir. El recuerdo la perseguía: todo el dolor de estar perdiendo una parte de ella la inundaba. Recordaba cada detalle, su cara, su mano, sus ojos, la oscuridad en la que entraba a cada segundo, las ansias de pararse y no poder, nauseas, sangre. Se iba. Se estaba yendo. Él la retenía en este mundo. Se escuchaba la televisión y sabía que nunca nadie en ese departamento se iba a dar cuenta de que ella estaba al final del pasillo arrodillada completamente en tinieblas. Le dolía tanto. Perdía algo de su cuerpo. Cómo si le estuvieran arrancando el estomago con una pinza: punzante y eterno. Lloraba angustiosamente no solo por el recuerdo sino porque no podía contarle a nadie lo que le estaba pasando, lo que había vivido tan sola, aquello que la atormentaba en cada pesadilla, lo que la hacía levantarse agitada, llorando, balbuceando “poco amor”. Él la miraba desde la otra punta de la habitación. No se imaginaba el infierno por el que pasaba su compañera en su mente.


La habían marcado para siempre. Él la arruinó. No quiso nunca más tocar ese abismo. Prefirió la eterna soledad y la abstinencia de calor humano.