Cerró los ojos y quiso imaginarlo. No
pudo. Supo que era tarde, que había caído en una red interminable de sentimientos.
Esos que la aterran, los que la habían empujado a tantos abismos, destruyendo
toda porción divina. Contuvo la respiración para dejar ir todo aquello. Se
olvidó de inspirar, el recuerdo más hermoso le cruzaba las pupilas. Su sonrisa.
Su bello rostro de porcelana. Su pequeña estatura y el inmenso contenido dentro
de esa corteza. De su alma. Quería
detener el mundo y vivir en su aura. Escabullirse hasta lo más profundo de su
espíritu y perderse en el océano de su amor, de sus hábitos, de sus canciones y
de su futuro.
Tuvo miedo pero no se animó a abrir los ojos. No quería salir del trance, no quería caer al mundo. Algo había cambiado en su alma aquella mañana en la que supo que paz era su nombre. Supo que era tan diferente que necesitaba recorrerla con la yema de sus dedos. Tocarla, atravesarla. Invitarla a su vida y elevarla.
Tuvo miedo pero no se animó a abrir los ojos. No quería salir del trance, no quería caer al mundo. Algo había cambiado en su alma aquella mañana en la que supo que paz era su nombre. Supo que era tan diferente que necesitaba recorrerla con la yema de sus dedos. Tocarla, atravesarla. Invitarla a su vida y elevarla.
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No recuerdo hace cuento
tengo los ojos cerrados, menos cuando fue que dejé el acto de respirar, ese que
hacen los simples seres existentes. Sé que esto no es humano, es celestial.
Como su tacto. No volveré a la Tierra, me quedó acá. Observando desde mi
Kibbutz todo el pasado que nunca fue presente. Porque sé que esto es vivir y
todo había sido una ilusión horrible: el purgatorio. Descubrí la
puerta a la felicidad eterna. Ella.