Me levante
con una lágrima en el alma. De esas que cuando caen pesan kilos y se llevan a
su paso todo el sofoco que te produce el dolor. Tristemente, no cayó fuera, se deslizo
hacia mi corazón y se quedo ahí. Me hizo abrir los ojos y verte a
vos. Vos encima de mí. Sonriendo. Disfrutando
el hecho de despertarme. De irrumpir mi mundo de sueños para tirarme de un
azote a la dura realidad en la que vivo. Y empezaste a correr dándote vuelta a
mirarme, estirándome la mano pero cada vez más lejos e inalcanzable. Gritándome
“me ves, estoy acá, vení, corre más rápido, gastate toda la energía que acumulaste”.
Y sonó Led Zeppelin, aturdiéndome. Haciéndome caer al suelo, tapándome los oídos,
no queriéndote escuchar más. Pero te seguí mirando. Quieto, con tu media
sonrisa, con tu guitarra y tus gatos. Con todos tu lunares y un comando en la
mano. Negro, negro como la oscuridad que dejaste. Aplastante, como vivir sin
atmósfera.