5.11.13

In the air

Fueron 120 segundos. Los ciento veinte segundos más fríos de su vida. Temblaba, lo miraba y temblaba. Estaba mareada. Quería correr y no podía, estaba clavada al piso. Solo quería vomitar los sentimientos que le producía el estar enfrentados, mirándose a los ojos. Se helaba toda su piel. Fue ver pasar toda la relación con sumo detalle frente a sus ojos, explotando, empujándola contra una pared, haciendo que la estructura se caiga sobre su cabeza.
Salió del pabellón y casi corriendo llegó hasta el que había sido su lugar de encuentro casi diario. Se acostó, ilusamente creyendo que estaba dentro de una cápsula y ningún recuerdo la iba a tocar. Prendió la radio y se escuchó un “sola en el olvido” y sintió como la inspiración se metía en ella.
Le escribió una carta, una larguísima carta, llena de sentimientos, mojada por las lágrimas del olvido. Creía en el poder de las cosas y en los rituales. Sacó su dibujo. Ese amuleto de la (mala) suerte que siempre tenía con ella. Quiso QUEMARLO. HACERLO CENIZAS. TIRARLAS AL VIENTO. No pudo. Sintió como si su ángel le estuviera pegando con una silla en la cara “NO TE RINDAS. NO QUEMES TU CORAZÓN”. Le hizo caso. Se quedó prendida en esa llama. En lo irónico que era el fuego que corría en su dedo, era calor real pero solo le entumecía más el corazón. Cada vez sentía más frio, como si se congelara en el pasado. Sentía que eso era la muerte, que la tentaba a quedarse pegada en ese pasto inmundo sobre el que estaba.
Siguió escribiendo. Cada vez más rápido, más triste, como que si en vez de ayudarla a sacarle la angustia hiciese que ella se le meta más hondo. Cortó la última frase y la ENTERRÓ. Excavó como si eso le sacara toda la impotencia.
Escribió un SEIS sobre el árbol, cerca de la tierra, así el tiempo lo iba a ir tapando y ocultando. Lloraba. En la soledad y la paz que ese predio le daba.
Cerró los ojos un momento y recordó a su ángel detrás de ella, en sus bicicletas. La ironía de ese recuerdo era legible aun sin conocer la historia. Sabía que ya había pasado por ese lugar. Hace catorce años, con su bicicleta y su ángel. Felizmente enamorada.
Tenía su foto en el bolsillo. Creía que la paz del agua se iba a encargar de darle calma a su relación. La doblo suavemente y la posó, como si le estuviera ofreciendo a un gran rey su humilde pan. Como si le estuviera dando a Dios un gramo de todo lo que sentía.
Sintió alivio, creyó que la historia podía cerrar y que luego de mucho tiempo la herida comenzaba a sanar. Sonrió con los ojos cerrados, para sentir como el aire y el sol le hacían compañía.
En el regreso se cruzo con alguien. Alguien que la transportó a la lucha de todo ese tiempo. Alguien que le hizo caer en la realidad que estaba llorando de nuevo, que dejaba de sanar y se abría, se abría en su corazón de nuevo esa grieta.
Se dio cuenta que nunca jamás iba a poder olvidarlo. Un amor así nunca se olvida decía un genio del otro lado de sus auriculares.