16.11.13

Gay.

Hablaban de amor y estaban de acuerdo en algo “podemos amar a todos los seres humanos por igual”. Pero en algún punto de la charla, ella se empezó a sentir incómoda, como que no podía terminar de decirle que no estaba de acuerdo con su conclusión. Que no solo no estaba de acuerdo, sino que le daba miedo, bronca e indignación que esas palabras hubieran salido de su boca. Revió sus premisas para poder darse cuenta porque había llegado a un fin diferente.

P1. Puedo amar a todos los seres humanos por igual.
P2. Puedo amar a hombres y también a mujeres.
C. Entonces, puedo amar a hombres y mujeres por igual.

Esa terminación la volvía loca, la trasformaba en una hitleriana del nuevo siglo. No podía admitir que su amiga pudiera aceptar tal cruel hecho como nada. No podía aceptar que las futuras generaciones se eduquen con ese endemoniado pensamiento. “¿Amar a mujeres como amo a los hombres? ¿Qué sigue? ¿Amar a los animales a todos por igual por más que no sean mis mascotas? NO, NO Y NO.” Se repetía para sí misma. Su amiga la miraba retorcerse en su asiento y le propuso que piense bien si estaba planteando sus premisas correctamente. (No podía tampoco aceptar que alguien le diga que estaba equivocada desde el inicio, pero no pudo evitar replanteárselo.)

P1. Puedo amar a todos los seres humanos.
P2. Puedo sentir amor por hombres y sentir amistad por mujeres.
C. Entonces, puedo querer a hombres y mujeres pero de diferentes formas.

Y ahí fue cuando entendió que su amor era limitado y el de su amiga infinito.