1.11.13

Leyenda

Era un castor. Un castor negro como la noche. Viviendo entre marrones. No tenía padres, no tenía compañeros amigos que le tendieran una mano. Quizás por su raza. Quizás tampoco era su raza, era el fondo de su alma, manifestándose contra el mundo. Solitariamente triste intentó sucesivas veces en vano encontrarse a sí mismo en el fondo de ese lago donde por las noches salía su única amiga, la Luna. Y logró ahogarse, ahogarse a sí mismo en el fallido intento por encontrar en su compañera soledad un refugio para su desconsuelo.
Nunca la notó, nunca notó a la paloma blanca que estaba acompañándolo desde el cielo; hasta que se poso sobre él. Inundándolo, dándole un sentido a su ennegrecido pelaje, regalándole sus alas. Lo transformó en un hermoso halcón. El castor se hizo halcón y voló, voló lejos de toda esa madriguera que tanto pesar le dio. Y se olvidó de la paloma, que quedo muerta, muerta en vida, sin alas y con sus ansias de paz apagadas por la violencia de esa cueva.