16.11.13

Será lo que tenga que ser.

Dios me cerró todas las puertas que abrí a lo largo de mi vida. “¿Por qué?” Fue lo que me pregunté durante meses de completa oscuridad. Sin saber que “¿para qué?” me iba a traer la respuestas a todos mis miedos, mis incertidumbres y mis odios.
Pude sentir quienes eran mis manos amigas. Las verdaderas. Las únicas que sé que me van a acompañar por el resto del camino. Me ayudaron a recuperar las fuerzas necesarias para poder levantarme del rincón y empezar a palpar la habitación.
Encontré un destornillador. ¿Para qué? Para poder sacarme la presión que ejerció durante tanto tiempo la sociedad sobre mí. Para salir del papel “adolescente perfecta” y pasar a “adolescente real”. Abrí mi cerebro.
Entendí que el silencio habla más que cualquier otra cosa. Empecé a ver un poco mí alrededor, a los demás, a leer en sus ojos las necesidades que son incapaces de expresar. Amor. Cariño. Compasión. Escucha. Eso necesitaban y eso empecé a brindarles. Esperanza.
Vi como lágrimas y años de depresión se transformaban en risas, en ganas de correr, de cantar, de vivir. Fue hermoso ver más allá. Fue ser parte de su paraíso unos minutos. Y retirarme a tiempo.
Encontré voluntad, encontré un nuevo ángel, uno tan real que no puedo palparlo. Me dio tanta calma que me posé sobre él y me dejé llevar por sus mares de hidrocarburos. Me dio respuestas. Me dio más personas, pero no de las que necesitaban mi ayuda, sino de las que están destinadas a dejarte una enseñanza profunda. “Se puede seguir sin libertad” “Puedo sonreír más allá de años de maltrato” “Puedo encontrar paz en mi interior” “Puedo cruzar fronteras por mis sueños” “Puedo decir abiertamente mis sentimientos sin importar a ser juzgado”. Miles de historias de vida que me dieron la herramienta fundamental para construir una ventana: la autosuficiencia.
Ésta autosuficiencia hizo que crea en mi, que crea en el poder de mi mente y de mis manos sin importar lo rasgada que queden. “La felicidad es cuesta arriba”
Aprendí a valorar lo poco que se tiene y a no pedir más, porque es suficiente.

No importa  que tan duro sea el camino, quienes tienen que estar, estarán, los que tienen que ir, se irán, las lastimaduras sanan, los hechos se olvidan, se renuevan las mentes y solo quedará la certidumbre de que todo valió la pena porque lo que se siente al desplazar el sentimiento  de lucha, poniendo en primer plano LA GLORIA, no te lo saca nadie.