4.11.13

Guerra

Entró con miedo. Como si le fueran a dar una golpiza entre todos. Contó su historia con vergüenza. No pudo distinguir la cara de quien tenía enfrente. Veía todo borroso. Le bajaba la presión. No del dolor físico que la llevo a aquel consultorio, ni del calor externo, sino de los recuerdos que le traían contar la causa de su repentina visita. Se dio cuenta que nunca más iba a poder contar todo aquello en voz alta. Se ponía roja. Se ponía blanca. Se le ponía la vista negra. El amor que sentía era enfermizo. “Porque no te acompañó?” Fue lo único que tuvo para decir el médico. Y se dio cuenta, cayó a la realidad, de que tenía que no solo decirlo, sino que escucharlo con su propia quebrada voz: “me dejó”. “Que valiente de tu parte” le contestó. Sonrió. Y le cayeron lágrimas. Para adentro. Temblaba, era chiquita, era cobarde. Lo necesitaba a seis, dependía directamente de todo lo que le producía el estar enamorada.
No sabía porque se había animado a ir. Supuso que iba a poder enfrentarse a sí misma. Como si fuera una batalla y ella una guerrera que caía en la cuenta que si se mataba su guerra terminaba. Como si tuviera la culpa de todo el mal que tenía encima y el enfrentarse a su dolor físico era una forma de concluir todo su pesar. Se perdió en sus pensamientos, ya no escuchaba las recomendaciones del profesional. “Relajate” pudo discernir. No le importaba. Quería irse. Quería encontrar una Iglesia para pedirle perdón a su ángel. Perdón por existir. Por hacerle tener que ver esa horrible situación. Una vez más, SOLA.
¿Dónde estaría seis? Felizmente durmiendo. Sin culpa. Sin amor. Sin conciencia. Acompañado de sus gatos. Sin dolor físico ni espiritual. Todo eso se lo había transferido a ella.
Sufría como nunca antes. Salió casi corriendo. Se le olvidó dar las gracias. Se dio cuenta que era más fuerte que él. Que estaba ahí. En un hospital. Totalmente sola. Con el cuerpo y el alma lastimados. Con cientos de médicos que no pudieron ni de cerca opacar su angustia. Se dio cuenta que si podía contra ella misma, podía contra el mundo.
Podía seguir intentando amarlo sin ser amada.